MIÉRCOLES – 04/09/13
Reflexión
Lucas 4:38-44
«La misión de Jesús»

Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Rezar: Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
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Este gesto subraya lo dicho por Juan Bautista (Evangelio de Juan 3:30): “Es preciso que él crezca y que yo disminuya”. Si el centro de la oración es Cristo, ha pensado el Papa, lo correcto es que todos enfoquen su mirada y su oración al Señor, lo cual incluye también al Papa. A quien hay que buscar en la oración es a Cristo, no a su vicario, quien ha demostrado ser un Buen Pastor, ya que en vez de querer ser “el jefe” ha decidido guiarnos a través del ejemplo personal. Qué bueno que Dios nos ha dado no un jefe sino un líder, un pastor, que como el mismo Francisco ha dicho, se impregna del olor de las ovejas de su rebaño.



